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¿Acaso alguien nos ha prometido algo?

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El 24 de noviembre de 2024, el Encuentro Sevilla acogió un diálogo vibrante sobre la espera y la esperanza con el acto titulado “¿Acaso alguien nos ha prometido algo?”. A las 11:00 de la mañana, María Serrano moderó una conversación en la que participaron Matilde Alcaide, Ángel Romero e Irene Renart, quienes compartieron sus historias de vida y conversión, poniendo en el centro la fe como respuesta al vacío y al sufrimiento.

Desde el inicio, la pregunta de María resonó en el aire: ¿Qué significa esperar? Irene Renart tomó la palabra para dar sentido a esa espera desde su experiencia: “Esperar tiene un significado distinto si lo haces desde la fe. Todos buscamos una vida buena, pero jamás imaginamos que esa vida buena pasa por la conversión”.

Junto a su difunto esposo, Mikel, Irene vivió un proceso de transformación espiritual mientras escribían El abrazo, un libro que los removió por dentro. La conversión, explicó, no fue un momento tranquilo, sino uno lleno de movimiento interior, de preguntas y decisiones. “Un día le propuse a Mikel ir a misa, y él me respondió que sí. Ferrán nos dijo: ‘Estáis cruzando un puente’”. Ese puente, según Irene, los llevó a descubrir que la fe no solo les daba esperanza, sino que les devolvía un sentido pleno a su relación de pareja y al futuro que construían juntos.

La experiencia de Matilde y Ángel, conocidos por sus amigos como Tito y Mati, fue testimonio vivo de lo que significa esperar con esperanza. Ambos habían estado casados con otras personas y, tras separarse, se encontraron y supieron que deseaban compartir la vida juntos. Sin embargo, no podían casarse por la Iglesia hasta que se les concediera la nulidad matrimonial.

Fueron años marcados por el deseo de caminar juntos hacia el sacramento, pero también por el cansancio y las dudas. “Hubo un momento en el que nos sentimos agotados, pero decidimos pedir ayuda”, contó Mati. Un amigo cercano les aconsejó: “Si vais a seguir, hay que cambiar el chip. No viváis pensando en la solución, sino disfrutad el presente”. La espera, dijo Tito, “se transformó en una oportunidad para profundizar en nuestra relación con el Misterio y con la Iglesia”. Finalmente, después de un largo proceso, la nulidad fue concedida y pudieron casarse. Su unión, aseguraron, fue “un cántico a la amistad y a la fe”.

Matilde definió la espera como “una llama que arde y no se extingue nunca”. Para ella, desear que algo nuevo suceda no significa quedarse inmóvil, sino vivir la espera como algo bello que florece. “Cuando la espera se convierte en un peso, es porque carece de esperanza”, dijo, aludiendo a los momentos en los que la incertidumbre amenazó con apagar su ánimo.

Por su parte, Tito añadió que la esperanza tiene dos dimensiones: la certeza de que algo caerá de la mano del Señor y el testimonio para los demás. “A veces parece que hemos tenido suerte, pero la esperanza va más allá de la resolución del problema. Es la confianza en que Aquel que inició una obra buena la llevará a término”.

En la conversación, surgió el reto de no vivir anclados en la solución de un problema, sino abrazar el presente. Tito recordó cómo, incluso en los momentos más difíciles de la espera, se apoyaron mutuamente y en los amigos que los acompañaron: “La Iglesia nos abrazó, y aprendimos que el Señor nos responde, aunque no siempre como esperamos. Muchas veces, su respuesta llega en rostros concretos, en amigos que nos sostienen y nunca nos dejan”.

¿Por qué esperar hoy? La pregunta final de María Serrano dio paso a una reflexión conmovedora. Irene, marcada por la pérdida de su esposo Mikel, expresó que la fe le devolvió la esperanza: “En nuestra relación nos dimos cuenta de que nos queríamos más y queríamos más a los demás. Incluso en el dolor de su muerte, supe que no estaba sola, porque Cristo estaba en mi barca”.

Matilde concluyó con un mensaje de confianza: “Lo que se nos ha prometido, lo llevamos en el corazón. La espera nos enseñó a vivir el presente, a disfrutar lo que teníamos ahora, no solo a mirar hacia la solución”.

En esta reflexión compartida, quedó claro que la espera no es pasiva ni resignada. Es un acto de fe en movimiento, una afirmación de que alguien nos ha prometido algo mucho mayor: una vida llena de sentido, incluso en medio de las adversidades.

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