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La esperanza, dice Dios, sí que me asombra

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La segunda conferencia del sábado 23 de noviembre en EncuentroSevilla abrió otro espacio de reflexión. Bajo el título «La esperanza, dice Dios, sí que me asombra», moderado por el periodista José Luis Restán, nos llevó a pensar en el sentido de la vida. La cita de Charles Péguy que inspiró la conferencia nos lanzaba dos pregunta fundamentales: ¿Qué es la esperanza? ¿Qué tiene la esperanza que asombra, incluso a Dios?


Restán inició con un tono familiar, recordando que, aunque Dios lo sabe todo, hay algo que parece desconcertarle: la capacidad humana de esperar, de creer en lo que no se ve. Y es aquí donde entra el papel de la Iglesia, la gran casa que acoge y sostiene a quienes caminan por este mundo, decía Restán: “Somos un pueblo que vive para el mundo, para llevar esta luz de la esperanza”. Pero, ¿cómo hacemos de esta espera algo real, palpable?

Monseñor José Ángel Saiz Meneses, con una mezcla de humildad y sentido del humor, abrió su intervención con una referencia cultural inesperada: “Es como en Star Wars, cuando R2D2 le dice a Obi-Wan: ‘Eres mi única esperanza’. Un toque de ciencia ficción para recordarnos que, en los momentos más oscuros, la esperanza es lo único que nos queda. Y continuó citando a Gandalf, cuando en “El Señor de los Anillos” asegura que la muerte es solo otro camino, uno que todos habremos de recorrer. Estas imágenes nos resultan familiares porque son parte de nuestro imaginario, pero más allá de las ficciones, Monseñor hablaba de algo mucho más real: el deseo de encontrar sentido, el deseo de algo más grande que nosotros.

A medida que avanzaba la conversación, Monseñor Saiz comenzó a desgranar una verdad profunda. La vida, con todos sus logros y fracasos, no puede llenar el anhelo más profundo del ser humano. “Las cosas materiales no llenan el corazón, ni siquiera las estructuras de la Iglesia lo logran por sí solas,” reflexionaba. Solo Cristo puede llenar esa sed de infinito, ese deseo de plenitud.

El peso de sus palabras iba directo al centro de la vida cotidiana, a ese anhelo que todos sentimos, pero no siempre sabemos nombrar. “Estamos hechos para la eternidad”, afirmaba. Y aunque la vida está llena de sueños y proyectos, lo esencial es preguntarnos, ¿para qué? ¿Para qué corremos en esta carrera? Y, sobre todo, ¿hacia dónde?

Entre las ideas que lanzaba al aire, se quedó una que resonaba más allá de la sala: “El pez rápido se come al lento”. En el mundo de hoy, decía, la Iglesia tiene que moverse con rapidez, no en sus métodos, sino en su mensaje: un mensaje que penetra hasta los rincones más íntimos del alma. Esa rapidez es la de un amor que no espera, que llega allí donde se necesita consuelo, donde la esperanza parece perdida.

La ciencia y la política, comentaba José Luis Restán en su intervención, nos han dejado a la intemperie. Prometen resolverlo todo, pero a menudo nos dejan con más preguntas que respuestas. Ante esta encrucijada, Saiz Meneses no dudaba: “La Iglesia no es una capilla cerrada, es una misión abierta al mundo. No podemos encerrarnos en nosotros mismos”. El reto es ofrecer esa esperanza a un mundo que se ahoga en la incertidumbre.

Para los cristianos, decía Monseñor, la esperanza se vive en la misión diaria, en los pequeños gestos que hacen comunidad. No es una esperanza abstracta o vaga, sino algo concreto que transforma la vida y nos impulsa a caminar, a pesar de todo. Y, en esa lucha diaria, recordaba algo esencial: “No tengas miedo”. Es la frase más repetida en la Biblia, y es el mensaje central de Cristo. No tener miedo es la raíz de la esperanza, porque quien no teme, espera.

El acto concluía con una reflexión potente, que envolvía a los presentes como una promesa: la vida tiene sentido incluso en el dolor, porque hay un amor más grande que el mal. Esa es la esperanza que asombra. Una esperanza que no es simplemente la espera de mejores tiempos, sino la certeza de que hay un amor que sostiene incluso en medio del sufrimiento, que nos impulsa a seguir adelante cuando todo parece perdido.

En este mundo convulso, parece que la oscuridad a menudo se lleva la victoria, pero la esperanza se alza como una flor delicada que resiste las tormentas. Y esa flor, aunque frágil, es lo que nos conecta con algo mucho más grande que nosotros mismos. Monseñor Saiz Meneses lo dejó claro: la esperanza es el verdadero milagro, el latido constante que nos recuerda que la historia no está acabada.

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