El sábado 23 de noviembre de 2024, la ciudad de Sevilla parecía seguir vibrando con las huellas de lo vivido en EncuentroSevilla 2024. Aquella mañana, a las 10:30 horas, dio comienzo uno de los actos más esperados Los jóvenes de hoy. La conferencia estuvo moderada por Mercedes Sánchez Mudarra, quien desde 2007, trabaja en el Centro de Salud Mental San Blas, en el Hospital Universitario Ramón y Cajal, interviniendo en programas terapéuticos con jóvenes y adultos. Su mirada profunda y atenta contribuyó a que el acto fuera no solo un intercambio de ideas, sino también un verdadero acompañamiento.
Silvio Cattarina, psicólogo y fundador de una comunidad que acompaña a jóvenes heridos por la vida, abrió la conferencia con una reflexión profunda que tocó el alma de todos los presentes: «El dolor más grande no es el fracaso, ni ser vencido. El dolor más grande es el amor, la belleza. La herida viene siempre de la belleza». Nadie en la sala pudo evitar sentirse tocado. La belleza, esa que nos puede romper, también es la que nos puede curar. Y esa herida, esa marca en el alma, nos lleva a algo más grande: la transformación.
En sus palabras, el dolor se convertía en una invitación. Porque cuando Silvio Cattarina habla de los jóvenes, no solo habla de su sufrimiento, habla de un vacío más grande, el vacío de no conocerse a sí mismos. «no conocen su propio corazón», decía. Y, quizás, es ahí donde empieza todo: en el descubrimiento de un amor que es más grande que sus dudas, que sus inseguridades, que cualquier lucha externa. Un amor que los llama a ser más de lo que creen ser. Un amor que da sentido, incluso al sufrimiento más injusto.
Erika Bergonzo, hermana de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Asunción, habló después desde una humildad conmovedora. Dedicada al acompañamiento de familias en riesgo, Erika nos recordó que lo más importante es dar un lugar en el que alguien se sienta querido. «Nuestra tarea es entrar en la vida de los demás, abrirles las puertas, invitarlos a entrar en la nuestra», dijo con una serenidad que parecía abrazar a todos los presentes. Porque al final, el amor no se mide en lo que damos, sino en cómo lo damos. A veces, basta con estar ahí, sin más, para cambiar la vida de alguien.
José Mª Sánchez García, compañero de Silvio en su trabajo con jóvenes, también tocó una fibra sensible. «Los jóvenes no son por sí mismos, son el resultado del ambiente en el que vivimos», afirmó. Un ambiente que, muchas veces, se olvida de enseñarles lo que significa ser verdaderamente escuchados. Y ahí está la clave: escuchar, dar espacio. «Cada uno de nosotros necesita una casa, un lugar donde ser amado y esperado», dijo, citando a Antonio Gala. Un hogar, ese refugio que los jóvenes, como todos, anhelan. Un lugar donde se reconozca su ser, donde se los espere con los brazos abiertos.
Lo que queda claro de aquella conferencia es una certeza. Los jóvenes no están perdidos. Están buscando, como todos buscan, un lugar donde se les reconozca, donde el amor y la belleza no sean solo palabras, sino algo palpable. «La vida no es un final. Es un grito de vida que se encuentra en lo más profundo de cada ser», decía Silvio con fuerza. Y esa vida, esa belleza herida, es lo que invita a cada uno a ser más humano, más compasivo, más atento. cuando Silvio citó las palabras de su madre, que algo se quedó suspendido en el aire: «La vida no te pide ser lo mejor en mil cosas, sino en una sola, y cuando lo entiendas, encontrarás la serenidad».
Todos los ponentes dejaron claro una cosa: no se busca la perfección, sino el amor. Ese amor que no se mide, que se da sin esperar nada a cambio, que al final, ofrece la paz. La paz que permite vivir con la serenidad que solo el amor verdadero puede brindar. Un amor como el de Cristo, que nos llama a amarnos incondicionalmente. Porque los jóvenes, como todos, necesitan saber que hay algo más allá del dolor, que en la herida hay una oportunidad de transformación. Y esa oportunidad, esa flor que nace del barro, es la que puede salvarnos.
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